Hay generaciones de espectadores que no han llegado a ver el llamado cine clásico en su templo original e insustituible: la gran pantalla de un cine moderno.
El apostolado de los que leemos es convencer a los que no lo hacen que se están perdiendo algo maravilloso.
Sucede lo mismo con los que no han descubierto aún la gozada de ver en una pantalla enorme, con los adelantos de proyección y sonido magníficos que ofrecen los tiempos, con el mimo y cuidado de unas restauradas y digitalizadas copias, aquel cine que marcó una época.
Los exhibidores lamentan que sus esfuerzos se queden sólo en satisfacer a unos pocos mitómanos, románticos de la sala oscura que, eso sí, agradecemos el esfuerzo y lo valoramos como lo que es:
UNA GOZADA MÍSTICA