El sabio criptó el archivo y lo guardó en las entrañas más profundas de su grandioso ordenador personal. Nadie, excepto él, había visto aquellas sorprendentes imágenes. Su último libro estaba convirtiéndose en un éxito de ventas en todo el mundo. La frase publicitaria de lanzamiento "no hace falta un Dios para la creación del Universo", polémica y discutible por los sectores habituales, irrumpió en los titulares de medio mundo. Pero el hombrecillo deforme pasó la noche en vela perplejo ante aquel número cósmico y fascinante: 69. Conformado por dos inmensos agujeros negros, el numerito en cuestión, le hizo esbozar una mueca que nadie hubiese podido llamar sonrisa.
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