Argentina, años 80. En San Isidro vive una familia aparentemente normal. En realidad se trata de un clan siniestro que se dedica al secuestro y al asesinato.
Los dos ejemplares más bellos de la especie humana no habían tenido ocasión de conocerse personalmente, de saludarse o cruzar una sola palabra entre ellos. Hasta hace unas semanas.
Individuos flotantes, náufragos. Aquella vieja metáfora orteguiana. “Nuestra vida
empieza por ser la perpetua sorpresa de existir, sin nuestra anuencia previa, náufragos, en un orbe impremeditado”.