25 abr 2009

Tiempo para leer.-Roberto Calasso

Roberto Calasso (Florencia, 1941) “La luz es clara, con inesperadas manchas de celeste y plateado. Todo movimiento tumultuoso ha cesado. Queda el paisaje, que se repite. Un saliente de roca blanca, amenazante, un pino de tronco torcido (…) el agua vítrea de un río que no se puede vadear. Un sentimiento enorme de soledad. Algún pájaro cruza el cielo. Se escucha el silencio. Hasta que aparece el ángel y se postra frente a María, el niño y un viejo José—en nada diferente de uno de tantos orientales aplicados en operaciones mágicas--, y un burro. Parece que, para Tiepolo, éstos fueron hasta el final los puntos firmes: La figura del ángel y el gesto de postrarse, de someterse a una visión. Es la visión que se postra frente a la visión.
Subsiste solamente el paisaje: la roca resplandeciente, el pino, los pájaros, el río vítreo, María, José, el niño y el burro apenas se ven, en un ángulo. Son comparsas anónimos, absorbidos por el paisaje. La visión debe aún sobrevenir. Hay una éxtasi intacta—y la mudez maravillosa del mundo”
La historia es compleja. Se teje y desteje. Es cruzada por una tupida red de momentos y lugares. En el caso de la historia de la cultura y el arte, tres cuartos de lo mismo.
Giambattista Tiepolo, un artista "por encargo" del XVIII, famoso por sus grandes frescos de Würzburg y Madrid, tiene una cara oculta en sus "Caprichos" y "Scherzi". Estas láminas y dibujos encierran un deslumbrante y desconcertante significado.

Roberto Calasso (Florencia 1941), erudito y estupendo escritor, en El rosa Tiepolo nos hace ver, con su sensibilidad y conocimientos una "tribu profética de pupilar ardientes".
Efebos, sátiras, magos orientales, búhos, serpientes, pinos retorcidos, estatuas decapitadas...Muerte, Venus, Tiempo, Moisés, ángeles, Armida, Cleopatra, Beatriz de Burgundia, todos son observados. Calasso nos lo trasmite en una gran empresa placentera y estimulante de 307 páginas. Editadas por Anagrama.

Mitorelato 18- Pérdida

Luego se fue corriendo, intercalando en la carrera pequeños saltitos de alegría, a la pata coja, como únicamente las niñas saben hacerlo. Aquella fue la última merienda de mi mano, con interminables bocaditos, de sorbos prorrateados de la botella de agua. Han pasado los años y ese instante, diáfano y preciso, me produce una profunda melancolía, una sensación de pérdida. Para ella no significó nada. Ni siquiera recordó nunca aquello que me dijo: papá, me voy a jugar con los mayores, ¿vale? (C)

9 abr 2009

Mitorelato 16- El Silencio

La pequeña Ciudad mantenía una tradición, un rito de primavera. En un acto teatral y cínico se juraban unos a otros, como un acuerdo tácito y cómplice, mantener silencio. Así se guardaban, apuñadas en guantes inmaculados, conductas ruines, miserias y debilidades cotidianas, bajezas de unos seres con escasa estatura moral. Cruzaban las miradas sacerdotes, poderes públicos y un coro de ensimismados y agradecidos y eso bastaba para tejer el pacto de silencio.
Todo parecía inmutable. Año tras años el rito se cumplía con pequeñas variantes: Silencio.
Pero algo sucedió aquella esplendorosa primavera en la que al atardecer y proveniente de la puesta de sol un enorme estruendo, un trueno atroz, miles de voces juntas, gritos y estridencias sincopadas, todas las sinfonías imaginables se precipitaron sobre la ceremonia. Fue barriendo el silencio. Volaron, y fundidos en el aire, desaparecieron los símbolos del rito. Todo quedó limpio, luminoso, nuevo. Una apacible sinfonía coral predisponía a la esperanza. Se había roto definitivamente el silencio.

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