A Saramago, sabio.
Las higueras ofrecían sus dulces frutos y recogió calabacines y agradable fruta a la que aún no había nombrado. CAÍN, hijo de Eva y de Adám se puso a vendimiar. Hermosos racimos que luego con una habilidad innata transformaba en preciado néctar. Con los capachos repletos y fatigado, miró al cielo y se sintió dichoso. Hacía mucho tiempo que no veía a Abel, su hermano, enredado con el ganado día y noche. Supuso que todo le iría bien y que se reunirían ambos con los padres a la luz de la hoguera. Ensimismado, ignoraba ser observado por su hermano en secreto y que esa secreta mirada estaba henchida de envidia por lo que él conseguía de la tierra. Fue la última vendimia sin Dios. Fue la última vendimia de la plena inocencia. (C) M. Iglesias
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