Es el
paseo de domingo provinciano, pausado y gris, la niebla fría adormece los rostros aburridos. Desfilan sombras perfiladas por resplandores de
los escaparates.
En
los locales de un edificio modernista llama la atención de los
silenciosos transeúntes la actividad de una agitada obra. Una
anacrónica bombilla amarillenta nos desvela la cruda realidad: unos
trabajadores se ganan su jornal. Ni la dignidad del obligatorio casco
corona sus cabezas. Son casi las diez de la noche. Uno, subido en un
inquieto andamio, coloca ladrillos con frenesí, como si supiera que
la pobre luminaria que cuelga sobre su cabeza se fuese a marchitar
definitivamente. Otro acompaña al encaramado batiendo una invisible
y clandestina masa. El silencio del paseo es roto por rítmicos
golpecitos, el chirriar del roce de la paleta y el zumbido de la
batidora.
Todos los inocuos paseantes volvemos los ojos al lugar. Un gesto imperceptible, indefinido, se generaliza en los espectadores. Los más sensibles hemos sentido como un remezón lejano.
En sus anónimas tumbas los mártires, con estruendo, golpean sus maltrechos despojos en el zócalo de la indignación. El Día del Señor adquiere todo su gran significado.
Copyright
© M. Iglesias. Texto y dibujo.
2 comentarios:
Hola Manuel: necesario el mensaje :UNIÓN.La lucha no puede ser de pobres contra pobres,no es esa la lucha,aunque muchos aún no le ven,despistados por los sonidos de las flautas.¡Qué crueldad!.
Desde que estalló la burbuja bajaron las muertes de accidentes de trabajo en la construcción.Cuando hay trabajo mueren y cuando no hay se muere por no tener pan.¡qué cruel paradoja!.
Saludos.http://youtu.be/54H6L6nQZ4g
El patrón de esa obra del relato sabe que si estos asalariados no hubiesen aceptado trabajar el domingo en la noche otros ocuparían su lugar. Hay obras en las que prefieren hacer jornadas agotadoras antes que repartir el trabajo.
El miedo es el motivo de estar perdiendo todo aquello que se consiguió con sangre, sudor y lágrimas.
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