A la puerta de su casa ella se subió a la moto, pertrechada como él con toda la parafernalia que usan los motoristas para un largo viaje. Fueron sucediéndose paisajes, olores, sonidos de vida al aminorar la velocidad cruzando los pueblos, y la acompasada respiración dentro del casco. Pasados ciento cincuenta kilómetros tuvo que parar para echar gasolina. Se dio cuenta en ese instante; ella no estaba. (C) M. Iglesias
4 comentarios:
Bueno, no sé si reírme o ponerme a buscar a la pobrecilla.
Siempre me encantan tus relatos...!
Y ese final, ¡Soberbio!
Abrazos!
Male.
Muy buen relato Manuel!! te espero por mi sitio virtual. Besos
Me interesó contar, de forma original, el sobresalto terrorífico que sufrimos cuando nos damos cuenta que hemos perdido a alguien en el camino (la vida). Cuando desapareció "del asiento de atrás" y somos conscientes que viajamos en la más absoluta soledad.
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