Andy en su propio jugo. © Foto M. Iglesias
Nueva York, mito, ciudad lejana. Apoteosis de la desmedida. Gran cosmópolis rubendariana : "Casas de cincuenta pisos, servidumbre de color, millones de circuncisos, máquinas, diarios, avisos, y dolor, dolor, dolor... Y tras la Quinta Avenida, la miseria está vestida con dolor, dolor, dolor". Como ya dijo Camba: Nueva York no es una ciudad, es un sistema, una teoría. Con sabor a pretzel y la ortodoxia en forma de un biber hit. Sueño en mi juventud. Destino cumplido, ¡ al fin ! para testimoniar que por sus avenidas no revolotean las tentadoras faldas. Se consumen los rescoldos de toda vanidad. Parque temático desencantado. Contrapicados cervicales que confirman la decadencia, horizontal y vertical de un imperio consumido. La Ciudad que nunca duerme, por tanto, soñará despierta. Ciudad que debe tatuarse lágrimas por miles de sueños maltratados. Un ángel de plástico recibe el primer atisbo de que la decadencia viene con sabor a sopa Campbell. Estado policial, esquizofrénico con Courtesy, Professionalism, Respect.
"Una Ciudad con dos ríos chinos, negros y judíos con idénticos anhelos y millones de habitantes pequeños como guisantes vistos desde un rascacielos..." Jardiel Poncela humaniza la perspectiva y me vuelve a dejar ante la ingenuidad del mito, aquel que revoloteó en mi cabeza tantos años. © M. Iglesias |
No hay comentarios:
Publicar un comentario